Mi experiencia con la ansiedad
Puedo decir a ciencia cierta que tengo ansiedad desde que nací. La ansiedad aparece hasta en los primeros recuerdos que tengo de vida, aunque obviamente yo no supiese que era ansiedad, y no fuera diagnosticada hasta los 14 años. La ansiedad es una emoción que todos sentimos en algún momento de nuestra vida, pero en este caso voy a hablar de la ansiedad que yo he sufrido como trastorno, y de un caso particular muy personal: el mío.
Infancia
Recuerdo en primaria sentir muchas veces mareos, como si la habitación me diera vueltas, sobre todo por las noches, y preguntarle a una amiga de la escuela: ¿oye, a ti te pasa esto también?, "no", me respondió. Y yo ya sabía que había algo mal en mí. Recuerdo el terror a dormirme, la angustia, porque era cuando más ansiedad tenía: me mareaba mucho y me costaba dormir. Hubo un verano en el que constantemente pensaba en la respiración, y solo en pequeños momentos en los que me distraía me olvidaba de lo angustioso que era para mí el simple hecho de respirar. Le decía a mi madre que creía que tenía un problema de respiración, pero ella me decía que no. Y yo me ahogaba cada dos por tres, y sentía que tenía que respirar a conciencia, y lo peor de todo: me obsesionaba con ese síntoma hasta hacer que mi vida girara en torno a ello. Otro verano me obsesioné con que no podía tragar, que mi garganta estaba como cerrada, hinchada, y me costaba tragar. El por qué estos síntomas aparecieran siempre en verano era evidente: yo era una niña que necesitaba -y necesito- mucha ocupación y distracción en mi vida, y los veranos no eran muy ajetreados. Recuerdo rezarle a Dios -cuando era creyente, teniendo unos 7 años- y llorando de rodillas en mi habitación, implorándole a yo que sé quién que por favor todos esos síntomas horribles se curaran, era un desgarrador y desconsolador llanto pidiendo auxilio, un auxilio que no llegaba, porque los síntomas no paraban, y mis días eran un infierno, pero mis noches eran mucho peores, a pesar de momentos concretos en los que esos síntomas fisiológicos y rumiativos desaparecían, cuando estaba entretenida. Pensaba en por qué me merecía ese sufrimiento, qué había hecho tan mal como vivir con eso, repasaba minuciosamente todas las cosas que había hecho para cabrear quizás a esa entidad superior y castigarme de esa forma, pero la respuesta con retrospectiva obviamente es: nada. La ansiedad no funciona como un castigo.
Pero también recuerdo la rumiación y la obsesión no solo con síntomas fisiológicos, sino también cognitivos. Esto es: recuerdo pensar minuciosamente en los insultos que recibía a aquella edad y cómo analizaba cuándo alguien se reía de mí y se quedaba grabado en mi cabeza, como si me ardiera el cerebro, y un dolor muy profundo en el estómago y en el pecho. Grababa esas palabras o esas caras, o esos gestos en mi cerebro de tal forma que no podía pensar en nada más que eso, y no podía ni comer ni dormir pensando en ello. Somos niños, y los niños podemos ser crueles, pero yo en ese momento no lo sabía, pensaba que yo era la que estaba mal. Pensaba en si era normal sentir tanto dolor y cansancio emocional y psicológico siento tan pequeña, y de si siempre sería así.
Adolescencia
La adolescencia es un período muy sensible y no es fácil para nadie, pero para una persona con ansiedad puede llegar a ser un total infierno, sobre todo cuando sufre cierto bullying, cuando su hermana también lo sufre y de formas muy crueles, y cuando existen problemas en el núcleo familiar muy graves que un cerebro en desarrollo apenas puede procesar. Recuerdo volver a marearme con mucha frecuencia; uno de esos mareos, con 14 años, fue bastante intenso y fui al centro médico con mi madre, pero todo estaba bien -es lo que pasa cuando tienes ansiedad: todos los médicos te dicen que todo está bien, pero tú sabes que no lo está -, y si ellos, que son la máxima autoridad no pueden detectar tu problema, ¿entonces quién puede hacerlo?- (aunque obviamente, en estos diez años ha avanzado mucho la investigación y el conocimiento de la ansiedad tanto en adolescentes como en niños y es más fácil identificarla). A la mañana siguiente, yo no podía levantarme de la cama porque cada vez que alzaba la cabeza la habitación me daba vueltas, y me puse a gritar. Acabamos en el hospital, y tras muchas horas, el otorrino y todos los sanitarios determinan que me invento esos mareos, que es fisiológicamente imposible que me esté mareando porque ese aparato que está usando para ver el movimiento de tus ojos indica lo contrario, y lo dejan pasar.
Y yo paso un mes entero sin ir a clase, creo que incluso más, quedándome en casa mareada, pasando por diferentes médicos -médico de cabecera, neurólogo (mi madre piensa en un momento dado que puedo tener algo serio que no ha sido detectado por otro especialista, añadiendo un plus de sufrimiento), otorrino privado, dentista por si era problema de la mandíbula que afectaba al oído...-, pero el veredicto es siempre el mismo: todo está bien. Esos meses son un infierno, me paso pegada a mi madre 24 horas del día, lloro mucho pero sobre todo pienso en que eso nunca va a pasar y en que no puedo seguir viviendo así, con esa angustia y esos mareos insoportables. Y además, sigo sufriendo insultos porque "salgo a la calle con mi madre pero no soy capaz de ir a la escuela", y aunque parezca que en esos momentos de sufrimiento los insultos de otras personas apenas puedan afectarte porque estás sumida en esa angustia del ciclo rumiativo de la ansiedad, sí que lo hacen.
Llegué a pensar que todo me producía ese mareo y esa angustia. No podía ni leer, ni hablar por teléfono, ni ver la televisión demasiado, ni escribir; nada. Y no tenía amigos con quien hablar de ello, y nadie de mi entorno parecía darse cuenta de cuál era el verdadero problema.
Finalmente, un día el médico de mi pueblo le sugiere a mi madre que quizás lo que yo tenga sea ansiedad. Mi madre, que padece también ansiedad desde hace muchos años, no había podido identificar que quizás esos síntomas podrían ser de ansiedad, y comienzo a medicarme con 14 años, tomando un antidepresivo que hace que me duela mucho el estómago al principio, y tomando ansiolíticos; y no puedo hacer terapia porque vivo en un pueblo. Pero voy varias veces al hospital, al psiquiatra y al psicólogo, y determinan en su diagnóstico que tengo ansiedad y, además, depresión, pero solo hago dos sesiones de terapia por las distancias y el problema de la espera en la seguridad social. Mientras tanto me reincorporo en el instituto, y recuerdo no poder estar sentada todo el tiempo e inventarme mil técnicas de relajación o de distracción para que no me sentir un zumbido en la cabeza, para no marearme, para no hiperventilar. Recuerdo una vez estar con esos síntomas mientras salía al recreo y que alguien me insultara por eso mismo, y darme cuenta de que no podía mostrar en público ningún síntoma de ansiedad, porque me ridiculizarían.
Tengo grabado en mi mente todas las veces en clase de música que se apagaban las luces y que automáticamente comenzaba a tener un ataque de pánico, e intentar relajarme de mil formas diferentes, siendo cada clase de 50 minutos un infierno particular. Porque en eso consistía mi ansiedad: un infierno particular que me atizaba cada dos por tres, que me dejaba unos meses de descanso para volver de una forma aún más cruel durante el doble de meses. Y sentir que eres la única persona a la que le pasa eso, la otredad, la desconsolación, sentirte ajena al resto de cosas porque solo intentas sobrevivir mientras el resto del mundo es feliz y hacen cosas de adolescentes, pero tú crees que no puedes porque tus síntomas te impiden fijar tu atención en otras cosas.
Dos veranos seguidos sufría ataques de pánico y angustia constante, evitaba muchas actividades, veía cómo mi madre sufría cada vez que yo me encontraba mal, cómo su esfuerzos por distraerme y tranquilizarme no servían para nada la mayoría de las veces. Se supone que el verano es una época para descansar, pero en mi caso, era una época en la que ese monstruo llamado "ansiedad" venía con mucha más intensidad que el resto del año. Por suerte en ese momento ya conocía y contaba con personas a las que siempre estaré agradecida y que quiero mucho, sobre todo a Marta, que me invitó durante semanas a vivir con ella y a la que le debo parte de mi salud y mi vida; y a su familia, quien me llevó al médico que ha conseguido también tratar adecuadamente mi problema y mi medicación tras un episodio en el que me despierto y todo me da vueltas, y acabo vomitando en el baño y llorando desconsoladamente sin saber qué más podía ya hacer para que todo eso terminara.
Juventud
Aprendí a que mi ansiedad se manifestara de múltiples formas y me afectara en momentos concretos, pero conseguí que mi vida no girara en torno a ella. Desde los 16 hasta los 22, manejo la ansiedad de una forma bastante eficaz, a pesar de que haya períodos y momentos concretos donde se dispare, en forma de ataques de pánico o rumiaciones y obsesiones; además, empiezo a estudiar la ansiedad y a controlarla por mi cuenta, a conocer cómo funciona y sobre todo, como pararla.
Pero entonces a los 22 años vuelve a manifestarse de una forma muy intensa, en forma de taquicardias, obsesión de nuevo 24 horas al día por los síntomas físicos, ataques de pánico y angustia constante, y en unas semanas soy diagnosticada con trastorno de ansioso-depresivo moderado; no puedo apenas salir de casa, no quiero comer, no quiero hacer nada más que pasar el tiempo con mi pareja, la única persona que calma esa ansiedad y me devuelve a mí misma, pero tu pareja no se puede convertir en tu enfermero/a. Recuerdo pasarme días enteros llorando, hacer esfuerzo sobrehumanos para cualquier actividad diaria, no poder coger un autobús, hacer ejercicio, hacer rituales estúpidos como tomarme a una hora exacta una de las pastillas de la medicación, no poder dormir por las noches, acabar en urgencias tres veces tanto por vómitos como por ataques de pánico en los que pensaba que me estaba volviendo loca y en los que quería hacerme daño porque tras seis meses de infierno no quería seguir sufriendo de esa forma tan intensa y dolorosa. Me cambiaban la medicación cada tres semanas, pero nada parecía ir a mejor, y a la ansiedad se sumaban los efectos secundarios de comenzar un nuevo tratamiento y el síndrome de abstinencia de dejar el anterior, además de que mi paciencia y esperanza se agotaban más y más.
La terapia me salvó la vida, literalmente, y mi familia, mis amigos, y mi pareja (a los que siempre estaré y estoy agradecida), y yo misma. Comprender la ansiedad, saber cómo funciona y cómo trabajarla es muy importante. Yo no lo sabía cuando era pequeña, y aún sabiéndolo siendo mayor tienes que tomar la determinación de buscar ayuda de un especialista, porque para las personas que sufrimos trastornos de ansiedad cronificados en el tiempo, creemos que sabemos cómo funciona nuestra ansiedad, pero la ansiedad, como los virus, acaba mutando para transformarse en un nuevo síntoma que desconocías y que no sabes manejar. Aprendí a saber que la ansiedad no era realmente mi enemiga, sino que me alertaba de que mi vida no estaba bien, de que tenía que deconstruir esa idea de "monstruo que quiere arruinarme la vida" para saber que era una putada, pero una putada que no quería destruirme, sino alertarme, o a la que, por lo menos, no debía querer eliminar de raíz, sino entenderla y trabajarla. Obviamente, hoy en día a veces tengo ansiedad, muy esporádica, en forma de ataques de pánico o rumiaciones que consigo controlar, o síntomas fisiológicos, o ansiedad encubierta que es difícil de identificar, y también tengo épocas distímicas en las que me da miedo volver a verme en una depresión tan severa, pero aprendes a vivir con ello porque ya tienes esas herramientas.
No sé quién puede leer esto y a quién puede interesarle o hacerle falta, pero sí has llegado hasta aquí y sufres de ansiedad, quiero que sepas que no estás solo, aunque yo de pequeña pensara que sí, y de ese pozo sin fondo se sale, aunque parezca que no y a veces el proceso sea lento y/o con retrocesos, y de que es muy importante dejarse ayudar por tu familia, amigos y sobre todo por especialistas como médicos, psiquiatras y psicólogos, y que sea cuál sea tu tipo o grado de ansiedad, siempre va a haber una manera de hacerle frente sin perder tu integridad; de que hables sobre ello, no lo escondas como yo hacía, de que la gente va a escucharte y mucha va a entenderte también, de que incluso puedes hablar conmigo aunque no tengamos apenas relación.
Yo tardé mucho en entender cuál era mi problema, tuve la mala suerte de que en esa época no había mucha información sobre ello, de que empecé siendo demasiado pequeña, y de que tardé en rodearme de buena gente, además de haber sufrido experiencias traumáticas que intensificaran esa ansiedad. Dale voz a esa ansiedad, en cualquiera de sus múltiples formas, para poder entenderla y poder trabajar sobre ella, para visibilizarla, que supongo que es en parte lo que pretendo con este post tan personal.
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