¿Qué es el apego?: concepto, formación y patrones
Las relaciones padres-hijo (aunque normalmente centrándose más en madre-hijo; yo utilizaré el término "cuidador" a lo largo del texto para no centrarme en una figura concreta) han ocupado un lugar muy relevante en la psicología desde sus orígenes, centrándose en el desarrollo y la salud mental de los individuos desde diferentes corrientes psicológicas, como el conductismo (que mantenía que el origen de la preferencia del niño por su cuidador era fruto del refuerzo positivo que este le otorgaba -comida, bebida, protección, cariño...-), o el psicoanálisis (que enunciaba que las raíces de nuestro mundo emocional se encontraban en la primera infancia y en el lazo afectivo del hijo con su cuidador).
La importancia de la relación temprana entre el niño y el cuidador es abordada también desde la perspectiva de los efectos de la separación de ambos. Spitz, tras estudiar el comportamiento de los niños institucionalizados, concluyó que bastaban 6 meses de buena relación con su madre/padre para que su separación repercutiese negativamente en el niño, dejándole sumido en lo que denominó "depresión anaclítica". Spitz también investigó las anomalías que mostraban los niños criados en instituciones que presentaban condiciones deficitarias de cuidado y afectos. Muchos de estos niños pasaban demasiado tiempo en la cama, parecían inexpresivos y pasivos, lo que el autor calificó "síndrome del hospitalismo". Estos niños mostraban diversos síntomas psicopatológicos, a la vez que un peor desarrollo físico y cognitivo -en sus funciones mentales como pensar, memorizar, resolver problemas...-. Así, la ruptura de la oportunidad de establecer un lazo afectivo del niño con su cuidador supone un duelo y una depresión que interfiere y/o altera el curso normal del desarrollo de este.
EXPERIMENTOS EN ANIMALES
Desde un enfoque etológico (la etología es el estudio biológico de la conducta de los animales en condiciones naturales, para establecer el valor adaptativo de las conductas para la supervivencia), se sostiene que la conducta social es tan beneficiosa para la supervivencia que siempre presenta algunos aspectos innatos (por ejemplo, encontramos en muchos animales la conducta de "troquelado o imprenta", de la que hablo detenidamente en la siguiente entrada: ¿Qué es la impronta en la psicología y la etología? , y que recomiendo leer para comprender mejor el proceso del apego. Así, la impronta o troquelado es un comportamiento filial e instintivo que favorece que las crías sigan a sus progenitores y se mantengan cerca de estos, adoptando las conductas propias de su especie.
Otro conjunto de investigaciones en primates, y en concreto den los monos Rhesus, detectaron casi por azar los efectos de la deprivación afectiva. Aislando a un grupo de crías para instruirlas sin los refuerzos ni castigos de sus madres, se encontraron con que esto tenía consecuencias fatales, ya que estos monos mostraban episodios de terror y conductas autocentradas o depresivas. Por otra parte, un año total de aislamiento social puede hacer que estos animales se muestren miedosos o indiferentes a las relaciones sociales prácticamente de forma perpetua. Aislamientos menos prolongados pueden también potenciar conductas agresivas en la adultez -los monos tenían conductos agresivas con otros monos adultos o incluso con sus propias crías-. Por suerte, cuando el aislamiento era menor de 3 meses, las posibilidades de un comportamiento adecuado y de una maternidad y/o paternidad no peligrosas aumentan significativamente.
Estos hallazgos, por tanto, indican que las experiencias tempranas tiene una importancia crucial para el futuro desempeño de las crías; lógicamente, la siguiente pregunta es: ¿qué pasa con el ser humano?
LA SEPARACIÓN DEL CUIDADOR Y DEL BEBÉ EN LA PRIMERA INFANCIA
Bowlby, un prestigioso investigador en este ámbito, investigó qué sucedía con los niños que eran hospitalizados y, por tanto, separados y aislados de sus padres durante un largo período de tiempo por la hospitalización. Se distinguieron entonces 3 fases en las que se desarrolla la progresiva separación afectiva del niño: la fase de Protesta, durante los primeros días, manifestándose en la búsqueda y la llamada constante a su cuidador; la Desesperanza, tras unos días de separación, en los que el niño deja de llorar; se muestra resignado y abatido, y por último, si la separación se prolonga demasiado, el niño recobra el interés por el entorno, aunque sus interacciones son superficiales -y con frecuencia, desajustadas-, dando lugar a la fase del Desapego.
Cabe destacar que los niños que se sienten protegidos y cuidados por una figura que desempeñe los cuidados que desempañaba su cuidador, aunque en un primer momento sean rechazados por los niños, atenúan su respuestas y tienen mejor pronóstico en su tránsito por las distintas etapas -de ahí el papel tan relevante de los enfermeros, médicos, educadores, psicólogos...-.
CONCEPTO Y FORMACIÓN DEL APEGO
El apego es un vínculo de naturaleza especial y especializada que une al niño con su cuidador principal, con una importante función adaptativa, ya que la desvalida y extensa infancia del bebé hace necesaria la creación de un fuerte vínculo con sus progenitores o progenitor, que vele por su seguridad, proximidad física y seguridad psicológica.
Existen unos primeros dispositivos que predisponen al bebé hacia el contacto social -como los reflejoso de succión, el llanto, la sonrisa, el seguimiento visual...-, y la respuesta sensible del adulto hace posible que estas conductas se desarrollen hasta dar paso, ya en el segundo año de vida del niño, a las conductas prototípicas de apego -en especial, la búsqueda de proximidad física con el cuidador-. El apego es un proceso, una construcción fruto de las repetidas interraciones entre el niño y su cuidador, que pasa por diferentes fases:
1. Desde que nace hasta las 8/12 semanas, el bebé muestra preferencia por los estímulos sociales, y reacciona antes las voces más familiares, y desarrolla sistemas de interacción muy básicos cuya evolución dependerá de la reacción del cuidador.
2. Desde los 2/3 meses hasta los 6/7 meses, la respuesta del adulto a las conductas del bebé favorece el inicio de las primeras señales verdaderamente sociales, como sonreír o imitar acciones de los adultos, y comienza a manifestar una mayor inclinación por ciertas personas; no obstante, aún se deja cuidar por desconocidos y no muestra muchas diferencias al separarse del cuidador o de otras personas.
3. Desde los 6/7 meses hasta los 2 años de edad, las respuestas amistosas indiscriminadas se reducen y la búsqueda de la proximidad con el cuidador se hace más patente. El bebé selecciona a unas pocas personas que se convierten en figuras de apego subsidiarias a su cuidador, estableciendo jerarquías de apego, y comienza a rechazar a los extraños. De hecho, en esta etapa comienza a manifestar crisis de separación o angustia de separación de sus cuidadores.
4. A partir de los 2 años, las posibilidades lingüísticas del niño y su facultad para concebir a su madre como algo constante en el tiempo ("la permanencia del objeto" en psicología) relajan su tendencia a seguirla constantemente. Además, los cuidadores que explican a sus hijos las razones de separación y el tiempo que ésta va a durar obtienen reacciones en la separación más serenas.
Por lo tanto, el apego comenzaría a desarrollarse en la tercera etapa y se refinaría en la cuarta etapa.
PATRONES Y TIPOS DE APEGO
Si bien en todas las culturas los niños muestran algún tipo de apego hacia sus padres o cuidadores, hay diferencias notables de unas culturas a otras. Existe un proceso de observación llamado "la situación extraña", que consta de ocho episodios en un orden determinado en los que se alteran situaciones de separación y reunión del niño con su cuidador, y además, se introduce la presencia de una persona extraña.
Así, al principio el experimentador introduce al cuidador y al niño en una sala y se va; después, el cuidador se sienta mientras el niño juega con unos juguetes; en la siguiente fase, un desconocido entra y habla con el cuidador; a continuación, el cuidador se va de la sala y el desconocido responde a las iniciativas del niño y trata de calmarlo en caso de que éste se enfade. Después, el cuidador vuelve, saluda al niño y si es necesario le consuela y da confort, y a continuación, abandona la sala. En la siguiente fase, el desconocido entra en la sala e intenta consolar al niño, y finalmente, el cuidador vuelve y si es necesario lo consuela y trata de que vuelva a interesarse por los juguetes.
Las situaciones de separaciones y posteriores reencuentros con el cuidador o el desconocido son valoradas de distinta manera por parte del niño en función de la historia afectiva que éste tenga con su cuidador. La valoración fundamentalmente de los episodios de reunión del niño con el cuidador permiten la clasificación de lo que se conocen como patrones o tipos de apego.
Nos encontramos así con tres tipos diferentes de apego: el apego seguro, el apego inseguro (que puede ser evitativo o resistente/ambivalente) y el apego desorganizado/desorientado.
El apego seguro se caracteriza por una historia afectiva en la que el cuidador se ha mostrado accesible y disponible de manera consistente ante las demandas y necesidades del niño. El niño disfruta de los juguetes en presencia de su cuidador, y pueden llegar a estresarse o no ante la partida de la madre. No obstante, es característicos que se alegren de la proximidad del cuidador y que, si se han estresado, recuperen con facilidad la tranquilidad y la exploración del entorno cuando este regresa. Este patrón de comportamiento indica que el cuidador es vivido como una base segura desde la que explorar el mundo.
En el apego inseguro, sin embargo, los cuidadores no son considerados como un refugio al que acudir cuando los niños viven una situación amenazante. Encontramos dos tipos de apego.
En el primero, el apego evitativo, los niños exploran el entorno con muy escasa interacción espontánea con el cuidador. No suelen mostrar ansiedad cuando éste se va, y si lo hacen, el desconocido puede calmarles. De hecho, incluso pueden mostrar un comportamiento más cercano con el desconocido que con su cuidador. Su estrés parece responder más al hecho de quedarse solos en una habitación que la propia separación con su cuidador. Los niños han aprendido así a desactivar sus comportamientos de apego y sus llamadas de atención. Tienden a evitar comportamientos que muestren dependencia o vulnerabilidad. Sin embargo, la apariencia no se corresponde con la necesidad real del niño; de hecho, se ha observado que estos niños responden a la marcha de su cuidador con una elevación cardíaca y con un nivel de cortisol -relacionado con el estrés- en saliva similar a los que se registran en niños con apego seguro.
En el siguiente tipo de apego, el apego resistente/ambivalente, el niño muestra un alto nivel de ansiedad incluso en compañía del cuidador. Cuando éste abandona la habitación, el niño suele mostrar un elevado nivel de estrés con llanto intenso. Al regreso de éste, el comportamiento del niño suele ser de enfado combinado con una demanda constante de cercanía. Si buscamos los orígenes de este patrón en las pautas de crianza afectiva, se encuentran unas relaciones afectivas tempranas en las que el cuidador se muestra inconsistente, excesivamente protector o desentendido, dependiendo de factores externos al niño. El niño no tiene manera de predecir cuál será el comportamiento del cuidador, lo cuál le lleva a tener comportamientos de apego en constante activación (constante demanda). No obstante, esa desconfianza básica hace que tampoco pueda confortarse ante la presencia y la respuesta del cuidador.
Finalmente, y tras revisión de estudios anteriores, se descubrió un patrón o tipo diferente de apego al que se llamó apego desorganizado/desorientado. Los niños que se incluyen aquí tienen una conducta difícil de describir: su comportamiento es inestable y contradictorio y no parece responder a ninguna organización lógica. Este patrón atípico lo suelen presentar niños que han sufrido alguna experiencia de maltrato. El temor y la falta de coherencia que expresan estos niños responden a las reacciones imprevisibles y atemorizantes del adulto: unos cuidadores atemorizados y/o extremadamente inseguros (y por tanto contradictorios e inestables en sus pautas de crianza) pueden ser factores de riesgo que favorezcan este tipo de apego.
Los apegos seguros se correlacionan con un buen desarrollo social infantil, mientras que los apegos inseguros se asocian aun mayor desajuste psicológico, conductas de agresión, problemas de autorregulación emocional, y peores resultados en los ámbitos socioemocionales y cognitivos. Además, los diferentes tipos de apego no se distribuyen equitativamente en toda la población; de hecho, el apego de mayor prevalencia es el apego seguro (con un 65%), mientras que el apego inseguro representa el 35% (20% es evitativo y 15% es resistente).
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
Manual de Psicología del Desarrollo de la UNED.
La importancia de la relación temprana entre el niño y el cuidador es abordada también desde la perspectiva de los efectos de la separación de ambos. Spitz, tras estudiar el comportamiento de los niños institucionalizados, concluyó que bastaban 6 meses de buena relación con su madre/padre para que su separación repercutiese negativamente en el niño, dejándole sumido en lo que denominó "depresión anaclítica". Spitz también investigó las anomalías que mostraban los niños criados en instituciones que presentaban condiciones deficitarias de cuidado y afectos. Muchos de estos niños pasaban demasiado tiempo en la cama, parecían inexpresivos y pasivos, lo que el autor calificó "síndrome del hospitalismo". Estos niños mostraban diversos síntomas psicopatológicos, a la vez que un peor desarrollo físico y cognitivo -en sus funciones mentales como pensar, memorizar, resolver problemas...-. Así, la ruptura de la oportunidad de establecer un lazo afectivo del niño con su cuidador supone un duelo y una depresión que interfiere y/o altera el curso normal del desarrollo de este.
EXPERIMENTOS EN ANIMALES
Desde un enfoque etológico (la etología es el estudio biológico de la conducta de los animales en condiciones naturales, para establecer el valor adaptativo de las conductas para la supervivencia), se sostiene que la conducta social es tan beneficiosa para la supervivencia que siempre presenta algunos aspectos innatos (por ejemplo, encontramos en muchos animales la conducta de "troquelado o imprenta", de la que hablo detenidamente en la siguiente entrada: ¿Qué es la impronta en la psicología y la etología? , y que recomiendo leer para comprender mejor el proceso del apego. Así, la impronta o troquelado es un comportamiento filial e instintivo que favorece que las crías sigan a sus progenitores y se mantengan cerca de estos, adoptando las conductas propias de su especie.
Otro conjunto de investigaciones en primates, y en concreto den los monos Rhesus, detectaron casi por azar los efectos de la deprivación afectiva. Aislando a un grupo de crías para instruirlas sin los refuerzos ni castigos de sus madres, se encontraron con que esto tenía consecuencias fatales, ya que estos monos mostraban episodios de terror y conductas autocentradas o depresivas. Por otra parte, un año total de aislamiento social puede hacer que estos animales se muestren miedosos o indiferentes a las relaciones sociales prácticamente de forma perpetua. Aislamientos menos prolongados pueden también potenciar conductas agresivas en la adultez -los monos tenían conductos agresivas con otros monos adultos o incluso con sus propias crías-. Por suerte, cuando el aislamiento era menor de 3 meses, las posibilidades de un comportamiento adecuado y de una maternidad y/o paternidad no peligrosas aumentan significativamente.
Estos hallazgos, por tanto, indican que las experiencias tempranas tiene una importancia crucial para el futuro desempeño de las crías; lógicamente, la siguiente pregunta es: ¿qué pasa con el ser humano?
LA SEPARACIÓN DEL CUIDADOR Y DEL BEBÉ EN LA PRIMERA INFANCIA
Bowlby, un prestigioso investigador en este ámbito, investigó qué sucedía con los niños que eran hospitalizados y, por tanto, separados y aislados de sus padres durante un largo período de tiempo por la hospitalización. Se distinguieron entonces 3 fases en las que se desarrolla la progresiva separación afectiva del niño: la fase de Protesta, durante los primeros días, manifestándose en la búsqueda y la llamada constante a su cuidador; la Desesperanza, tras unos días de separación, en los que el niño deja de llorar; se muestra resignado y abatido, y por último, si la separación se prolonga demasiado, el niño recobra el interés por el entorno, aunque sus interacciones son superficiales -y con frecuencia, desajustadas-, dando lugar a la fase del Desapego.
Cabe destacar que los niños que se sienten protegidos y cuidados por una figura que desempeñe los cuidados que desempañaba su cuidador, aunque en un primer momento sean rechazados por los niños, atenúan su respuestas y tienen mejor pronóstico en su tránsito por las distintas etapas -de ahí el papel tan relevante de los enfermeros, médicos, educadores, psicólogos...-.
CONCEPTO Y FORMACIÓN DEL APEGO
El apego es un vínculo de naturaleza especial y especializada que une al niño con su cuidador principal, con una importante función adaptativa, ya que la desvalida y extensa infancia del bebé hace necesaria la creación de un fuerte vínculo con sus progenitores o progenitor, que vele por su seguridad, proximidad física y seguridad psicológica.
Existen unos primeros dispositivos que predisponen al bebé hacia el contacto social -como los reflejoso de succión, el llanto, la sonrisa, el seguimiento visual...-, y la respuesta sensible del adulto hace posible que estas conductas se desarrollen hasta dar paso, ya en el segundo año de vida del niño, a las conductas prototípicas de apego -en especial, la búsqueda de proximidad física con el cuidador-. El apego es un proceso, una construcción fruto de las repetidas interraciones entre el niño y su cuidador, que pasa por diferentes fases:
1. Desde que nace hasta las 8/12 semanas, el bebé muestra preferencia por los estímulos sociales, y reacciona antes las voces más familiares, y desarrolla sistemas de interacción muy básicos cuya evolución dependerá de la reacción del cuidador.
2. Desde los 2/3 meses hasta los 6/7 meses, la respuesta del adulto a las conductas del bebé favorece el inicio de las primeras señales verdaderamente sociales, como sonreír o imitar acciones de los adultos, y comienza a manifestar una mayor inclinación por ciertas personas; no obstante, aún se deja cuidar por desconocidos y no muestra muchas diferencias al separarse del cuidador o de otras personas.
3. Desde los 6/7 meses hasta los 2 años de edad, las respuestas amistosas indiscriminadas se reducen y la búsqueda de la proximidad con el cuidador se hace más patente. El bebé selecciona a unas pocas personas que se convierten en figuras de apego subsidiarias a su cuidador, estableciendo jerarquías de apego, y comienza a rechazar a los extraños. De hecho, en esta etapa comienza a manifestar crisis de separación o angustia de separación de sus cuidadores.
4. A partir de los 2 años, las posibilidades lingüísticas del niño y su facultad para concebir a su madre como algo constante en el tiempo ("la permanencia del objeto" en psicología) relajan su tendencia a seguirla constantemente. Además, los cuidadores que explican a sus hijos las razones de separación y el tiempo que ésta va a durar obtienen reacciones en la separación más serenas.
Por lo tanto, el apego comenzaría a desarrollarse en la tercera etapa y se refinaría en la cuarta etapa.
PATRONES Y TIPOS DE APEGO
Si bien en todas las culturas los niños muestran algún tipo de apego hacia sus padres o cuidadores, hay diferencias notables de unas culturas a otras. Existe un proceso de observación llamado "la situación extraña", que consta de ocho episodios en un orden determinado en los que se alteran situaciones de separación y reunión del niño con su cuidador, y además, se introduce la presencia de una persona extraña.
Así, al principio el experimentador introduce al cuidador y al niño en una sala y se va; después, el cuidador se sienta mientras el niño juega con unos juguetes; en la siguiente fase, un desconocido entra y habla con el cuidador; a continuación, el cuidador se va de la sala y el desconocido responde a las iniciativas del niño y trata de calmarlo en caso de que éste se enfade. Después, el cuidador vuelve, saluda al niño y si es necesario le consuela y da confort, y a continuación, abandona la sala. En la siguiente fase, el desconocido entra en la sala e intenta consolar al niño, y finalmente, el cuidador vuelve y si es necesario lo consuela y trata de que vuelva a interesarse por los juguetes.
Las situaciones de separaciones y posteriores reencuentros con el cuidador o el desconocido son valoradas de distinta manera por parte del niño en función de la historia afectiva que éste tenga con su cuidador. La valoración fundamentalmente de los episodios de reunión del niño con el cuidador permiten la clasificación de lo que se conocen como patrones o tipos de apego.
Nos encontramos así con tres tipos diferentes de apego: el apego seguro, el apego inseguro (que puede ser evitativo o resistente/ambivalente) y el apego desorganizado/desorientado.
El apego seguro se caracteriza por una historia afectiva en la que el cuidador se ha mostrado accesible y disponible de manera consistente ante las demandas y necesidades del niño. El niño disfruta de los juguetes en presencia de su cuidador, y pueden llegar a estresarse o no ante la partida de la madre. No obstante, es característicos que se alegren de la proximidad del cuidador y que, si se han estresado, recuperen con facilidad la tranquilidad y la exploración del entorno cuando este regresa. Este patrón de comportamiento indica que el cuidador es vivido como una base segura desde la que explorar el mundo.
En el apego inseguro, sin embargo, los cuidadores no son considerados como un refugio al que acudir cuando los niños viven una situación amenazante. Encontramos dos tipos de apego.
En el primero, el apego evitativo, los niños exploran el entorno con muy escasa interacción espontánea con el cuidador. No suelen mostrar ansiedad cuando éste se va, y si lo hacen, el desconocido puede calmarles. De hecho, incluso pueden mostrar un comportamiento más cercano con el desconocido que con su cuidador. Su estrés parece responder más al hecho de quedarse solos en una habitación que la propia separación con su cuidador. Los niños han aprendido así a desactivar sus comportamientos de apego y sus llamadas de atención. Tienden a evitar comportamientos que muestren dependencia o vulnerabilidad. Sin embargo, la apariencia no se corresponde con la necesidad real del niño; de hecho, se ha observado que estos niños responden a la marcha de su cuidador con una elevación cardíaca y con un nivel de cortisol -relacionado con el estrés- en saliva similar a los que se registran en niños con apego seguro.
En el siguiente tipo de apego, el apego resistente/ambivalente, el niño muestra un alto nivel de ansiedad incluso en compañía del cuidador. Cuando éste abandona la habitación, el niño suele mostrar un elevado nivel de estrés con llanto intenso. Al regreso de éste, el comportamiento del niño suele ser de enfado combinado con una demanda constante de cercanía. Si buscamos los orígenes de este patrón en las pautas de crianza afectiva, se encuentran unas relaciones afectivas tempranas en las que el cuidador se muestra inconsistente, excesivamente protector o desentendido, dependiendo de factores externos al niño. El niño no tiene manera de predecir cuál será el comportamiento del cuidador, lo cuál le lleva a tener comportamientos de apego en constante activación (constante demanda). No obstante, esa desconfianza básica hace que tampoco pueda confortarse ante la presencia y la respuesta del cuidador.
Finalmente, y tras revisión de estudios anteriores, se descubrió un patrón o tipo diferente de apego al que se llamó apego desorganizado/desorientado. Los niños que se incluyen aquí tienen una conducta difícil de describir: su comportamiento es inestable y contradictorio y no parece responder a ninguna organización lógica. Este patrón atípico lo suelen presentar niños que han sufrido alguna experiencia de maltrato. El temor y la falta de coherencia que expresan estos niños responden a las reacciones imprevisibles y atemorizantes del adulto: unos cuidadores atemorizados y/o extremadamente inseguros (y por tanto contradictorios e inestables en sus pautas de crianza) pueden ser factores de riesgo que favorezcan este tipo de apego.
Los apegos seguros se correlacionan con un buen desarrollo social infantil, mientras que los apegos inseguros se asocian aun mayor desajuste psicológico, conductas de agresión, problemas de autorregulación emocional, y peores resultados en los ámbitos socioemocionales y cognitivos. Además, los diferentes tipos de apego no se distribuyen equitativamente en toda la población; de hecho, el apego de mayor prevalencia es el apego seguro (con un 65%), mientras que el apego inseguro representa el 35% (20% es evitativo y 15% es resistente).
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
Manual de Psicología del Desarrollo de la UNED.
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