¿Por qué es más rentable la reproducción sexual que la asexual?
Vamos a centrarnos en esta breve entrada en un aspecto de la psicobiología bastante llamativo e importante: el de la selección natural y sexual (lo que hacen los seres vivos para sobrevivir y para reproducirse, respectivamente). La selección sexual es el resultado de la competencia única y exclusivamente por los recursos reproductivos -a diferencia de la selección natural, que implica una relación del individuo con el medio ambiente, aunque la selección sexual no deja de ser un tipo de selección natural-. Y aquí es donde cabe plantearse por qué de la reproducción sexual, que aunque a nosotros nos parezca obvia, no lo es en la naturaleza en cuanto a que la reproducción asexual es más rentable y productiva en términos de aptitud (es decir, de meramente la función de dejar descendencia invirtiendo el menor esfuerzo posible, que nuestra genética no se pierda y pase a las siguientes generaciones).
La Ecología del Comportamiento intenta explicar las diferentes estrategias que los animales aplican para maximizar su aptitud biológica inclusiva (aquellas estrategias que dejen el mayor número de copias de un gen o genes). El llamado esfuerzo reproductivo (emparejamiento y reproducción) involucra a todas o la mayoría de las energías de los animales, junto con la historia vital de los mismos (estrategias de supervivencia individual, cambios anatomofisiológicos y conductuales...).
Lo cierto es que la reproducción sexual predomina entre los organismos pluricelulares, y aunque aún no se haya dado una explicación satisfactoria a su origen, se han propuesto dos teorías que apelan a la evolución y que no son contradictorias ni excluyentes.
La primera de estas teorías es la Teoría de la reparación genética. En la medida en que la mayoría de las mutaciones tienen efectos negativos sobre la aptitud (es decir, de la posibilidad de perdurar, sobrevivir y reproducirse), las especies con reproducción asexual tienen dificultades para perdurar en el tiempo debido a que una vez que aparece una mutación, todo el clon será portador de la misma y la probabilidad de extinción aumenta exponencialmente. De hecho, las especies asexuales de animales y plantas -que las hay- no suelen perdurar más del millón de años antes de extinguirse. Por el contrario, cuando aparece una de estas mutaciones en una especie con reproducción sexual en vez de asexual, al separarse los cromosomas homólogos en el proceso de meiosis (mediante el cuál nos reproducimos y se construye la genética de nuestros descendientes), hay un 50% de probabilidad de que solo el gen defectuoso no sea el que intervenga en la fecundación, y en cualquier caso, siempre hay la posibilidad de que alguno de los descendientes reciba una dotación genética libre de mutaciones, con lo que se mantiene una línea reproductiva con todo a su favor de sobrevivir y continuar reproduciéndose.
Así, la evolución nos muestra la continuidad de la vida sobre nuestro planeta, pero también pone de manifiesto que el 99,9% de las especie que han existido han desaparecido, se han extinguido, por lo que dado un tiempo suficiente, la probabilidad de extinción de una especie alcanza la unidad, y tarde o temprano todas las especies acaban desapareciendo (ya sean de reproducción sexual o asexual). Por lo tanto, los genomas de las especies actuales son distintas soluciones a los retos ambientales pasados y presentes, y la selección natural actúa permanentemente sobre ellos, discriminando, favoreciendo o evitando el cambio, bien para generar nuevas especies o bien para hacerlas sucumbir. Así, las poblaciones que por cualquier motivo vean mermada su variabilidad genética tienen más probabilidades de convertirse en un mero registro fósil, y la diversidad es un pasaporte futuro para la vida.
Complementaria a la anterior también existe la Teoría de la Reina Roja, que nos dice que gracias a que cada nuevo individuo en la reproducción sexual recibe una combinación nueva y distinta de genes (en realidad se les llama alelos cuando un gen presenta más de una variante), se pueden combatir mejor las infecciones de parásitos inherentes a la propia vida. La capacidad inmunológica de los seres pluricelulares es enorme gracias a las posibilidades combinatorias de los genes responsables en las respuestas inmunitarias que les permite reconocer como extrañas y destruirlas millones de moléculas orgánicas.
Lo que ocurre es que los agentes patógenos suelen ser, bien organismos unicelulares o bien virus, cuyos ciclos vitales son sumamente breves en comparación con los organismos pluricelulares, de manera que la única forma de tener una opción es generar nuevas combinaciones de genes que permitan producir nuevos anticuerpos capaces de afrontar las nuevas amenazas infecciosas. A la mayor frecuencia de mutación de los agentes infecciosos se responde promoviendo nuevas posibilidades de respuesta; de esta manera, es más probable que alguno de los descendientes sea portador de una combinación de genes (alelos) del sistema inmune que le permita sobrevivir y reproducirse, a pesar de los nuevos agentes infecciosos.
Por lo tanto, cuando una especie se reproduce asexualmente -es decir, necesita un solo progenitor para producir descendientes, a través de mitosis en vez de meiosis- pierde una de las características más importantes que otorga la mezcla de genes: la capacidad de adaptación.
Efectivamente, se ha comprobado que las especies con reproducción sexual proliferan mejor que las asexuales en ambientes con abundantes amenazas infecciosas. Esto puede tener mucha relevancia a la hora de elegir pareja entre las especies que pueden hacerlo, puesto que la apariencia externa saludable, pulcra y lustrosa es un indicio claro de estar libre de parásitos. Y respecto a los sistemas de apareamiento y su relación con la genética y la aptitud biológica hablaré en entradas posteriores.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Manual de Introducción a la Psicobiología de la UNED.
Comentarios
Publicar un comentario