¿Por qué ha evolucionado el cerebro humano en la forma en que lo ha hecho?

Hay partes de nuestro cerebro que aparecen más desarrolladas que en otras especies (del mismo modo que otras zonas lo están menos), en concreto el neocórtex, zona del cerebro encargada de las funciones cognitivas complejas.


Se han propuesto dos hipótesis para explicar la evolución del cerebro humano:

1) La primera, basada en la inteligencia ecológica, defiende que fue la necesidad de resolver problemas técnicos -como buscar alimentos de calidad, anticiparse a la conducta de las especies a las que querían cazar, explorar grandes territorios, etc- lo que provocó el aumento del cerebro para poder mantener mapas mentales complejos y desarrollar técnicas de obtención de comida y de fabricación de utensilios. 

2) La segunda hipótesis, basada en la inteligencia social, sostiene que la principal función de la inteligencia en nuestros ancestros era la solución de problemas sociales, en concreto mantener el grupo unido. La razón es que dentro del grupo los individuos podían adquirir las técnicas necesarias para la subsistencia por aprendizaje social -observación e imitación de los demás-.

Para dilucidar si fueron las demandas ecológicas o las sociales las que provocaron el aumento del cerebro en nuestra especie, el antropólogo Dunbar comparó el tamaño cerebral de varias especies para ver con cuál  de los dos aspectos correlacionaba. Lo que encontró fue que ninguna de las variables relevantes para la hipótesis ecológica correlacionaba con el tamaño relativo del neocórtex en relación con el volumen del resto del cerebro. En cambio, sí había correlación entre el tamaño relativo del neocórtex y el tamaño del grupo en el que viven los individuos y la complejidad de las relaciones sociales. A partir de estos hallazgos, Dunbar formuló la "hipótesis del cerebro social", que propone que dicha relación se debe a que el volumen del neocórtex marca el límite de la capacidad de procesamiento de la información, lo que a su vez limita el número de relaciones sociales que un individuo puede manejar simultáneamente. Parece ser que esas limitaciones tienen más que ver con los mecanismos por los que se mantienen las relaciones a lo largo del tiempo que con la simple cuestión numérica de cuántas relaciones hay que recordar. Esos mecanismos incluirían la formación de alianzas y coaliciones, la coordinación para llevar a cabo actividades conjuntas, o la división del trabajo.

Otro resultado de Dunbar fue que el tamaño relativo del neocórtex correlacionaba también con una madurez más tardía, pero no con un período de crecimiento cerebral más largo antes del nacimiento. Es decir, las especies con períodos de inmadurez más largos (como la humana) tenían un neocórtex mayor. Puesto que en esas especies ese período se emplea sobe todo para aprender y dominar la complejidad de las relaciones sociales, tanto a nivel interpersonal como grupal, así como aprender a a afrontar las demandas del medio físico a través de la experiencia de otros (que es mucho menos arriesgado y costoso que la experiencia propia), el argumento sería que cuanto más hay que aprender, más largo es el período de inmadurez y mayor es el tamaño relativo del neocórtex.

Fuente: Manual de Psicología Social de la UNED

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