¿La tristeza tiene efectos positivos sobre las personas?

Hace poco vi en la serie "Osmosis" que alguien realizaba la pregunta: "¿Podría sobrevivir el ser humano en un estado de felicidad constante?". Todas las emociones se han mantenido a nivel filogenético (a lo largo de la especie) por ser adaptativas y funcionales, y la tristeza y una más de ellas, por lo tanto, sí: la tristeza es funcional, adaptativa y necesaria.Ninguna emoción existe por casualidad, y ninguna emoción ha surgido en el siglo 21. "Nada es superfluo en el bagaje psicológico que os ha procurado la evolución".

Sin embargo, no hay muchos estudios que traten sobre la emoción de la tristeza, sino más bien han polarizado a su forma extrema, desadaptada y patológica, como la depresión, el trastorno bipolar, o la tristeza asociada al duelo. Pero aquí intentaremos apelar simplemente a la emoción de la tristeza y no a sus formas extremas -que, obviamente, dejan de ser funcionales a todos los niveles del ser humano-.

Las emociones negativas, como el miedo, la ansiedad, la ira o la tristeza constituyen nuestra primera línea de defensa contra las amenazas externas. Estos sentimientos irrumpen en la consciencia y anulan cualquier proceso e curso, disponiendo la maquinaria cognitiva para hacer frente al eventual peligro o a sus consecuencias -es decir, focalizar la atención en algo que no nos está haciendo bien-.

Definición 

La tristeza es un sentimiento negativo caracterizado por un decaimiento en el estado de ánimo habitual de la persona, acompañado por una reducción significativa en su nivel de actividad cognitiva y conductual, y cuya experiencia subjetiva oscila entre la congoja leve y la pena intensa. Comúnmente esta emoción se asocia a la pérdida, o situaciones que os acarrean algún perjuicio o daño.

No obstante, la tristeza a veces no tiene por qué tener indefectiblemente un matiz negativo -mirad cómo nos encanta ver películas o series lacrimógenas y que nos hacen llorar a mansalva-; esto es lo que se denomina "gozosa tristeza", donde nos complacemos de la conmiseración propia -la gente a la que le encanta el autodrama-. También a veces puede surgir como respuesta a una emoción positiva tan intensa que se torna paradójicamente dañina, que genera en la persona una emoción tan intensa que desborda su capacidad para abordar la situación , produciendo un desconcierto emocional transitorio (ej: boda, ganar la lotería...).

En su vertiente defensiva, la tristeza permite establecer medidas autoprotectoras que reduzcan la vulnerabilidad de la persona ante eventos  que superan sus recursos para hacerles frente. En su vertiente reparadora, posibilita el abandono del plan de acceso a una meta que no se puede conseguir, o la sustitución por otras metas con más accesibilidad.

La pérdida de una meta valiosa para la persona puede producir dos tipos de emociones: ira o tristeza. ¿Cuándo se produce una y cuando la otra? El factor determinante es el convencimiento de la persona sobre la posibilidad de hacer frente o no con vistas a la recuperación de la meta o la neutralización del estado aversivo en el que se encuentra. Cuando la valoración del sujeto le lleva a pensar que o existe plan alguno que le permita restablecer la meta perdida, entonces se produce la tristeza; pero si inferimos que la meta puede ser restaurada mediante un plan de acción preciso, entonces experimentaremos ira.

Intentando no indagar excesivamente en esta emoción salvo para resaltar su función adaptativa y funcional, me saltaré muchos mecanismos que son clave para comprender la tristeza, cayendo en reduccionismos y en explicaciones no del todo precisas que requerirían de un post mucho más extenso.



Funciones de la tristeza

El sentimiento de tristeza ralentiza el nivel funcional del individuo, afectando tanto a sus procesos cognitivos (memoria, atención, pensamiento...) como a su conducta manifiesta o motora (sus acciones). Este efecto actúa impidiendo un derroche innecesario de energía. Además, se reduce la atención centrara en el entorno, favoreciendo la enfocada sobre uno mismo, economizando recursos y sirviendo también como autoprotección al impedir o limitar el procesamiento de estímulos desagradables e inductores de tristeza, y favorecer la introspección y el análisis constructivo, que permiten valorar pausadamente aspectos de la situación-problema que antes podían verse soslayados o en los que el sujeto nunca habría reparado, y que ahora le posibilitan desarrollar nuevas estrategias de acción o desvalorizar la meta bloqueada, haciendo así menos traumático su abandono.

Por lo tanto, restringimos el gasto de energía al desconectarnos de la ejecución de planes de conducta que han demostrado ser poco útiles en la resolución del conflicto, y mitigamos el impacto de factores ambientales, reduciendo la cantidad de atención sobre los factores ambientales e incrementando la atención sobre los procesos internos -ya no solo de la situación problema, sino de la visión general del entorno-. Además, al toparnos con el problema, solemos experimentar primero otras emociones antes que la tristeza (miedo, ira o ansiedad), las cuáles mantienen una activación fisiológica alta; como no tiene sentido seguir manteniendo dichos niveles de activación e incluso sería contraproducente, emerge la tristeza con un ritmo más pausado, pudiendo además invertir más tiempo y detalle en el análisis exhaustivo tanto de la situación de conflicto como de los planes fallidos para hacerle frente.

Cuando estamos tristes, este sentimiento funciona como señal que nos informa que la situación en la que nos hallamos inmersos es conflictiva, y que en consecuencia, debemos proceder con cautela. Así, la prudencia nos llevar a prestar atención a los detalles de la situación

Por otra parte, desde un punto de vista social, el individuo se siente más receptivo al amparo que le puedan ofrecer otros significativos para él, es decir, tendemos a buscar cobijo afectivo y apoyo social ante situaciones de conflicto, fomentando una vinculación empática, viendo la situación desde otra perspectiva, suavizando la situación de desamparo. Por lo tanto, con la tristeza reforzarmos los vínculos sociales, animando al grupo  a prestar ayuda y apoyo emocional al individuo compungido -aunque no refuerza tanto los vínculos como la emoción de la alegría-.

Otro dato curioso es que la expresión facial de la tristeza es una de las respuestas conductuales que emerge de forma más rápida ante la activación emocional. Así, el estado afectivo se puede comunicar rápidamente a los demás, a veces incluso antes de que nosotros mismos seamos conscientes de que estamos experimentando emoción alguna, conviertiéndose en "seña social" que activa el mecanismo afectivo en los otros (lo que se llama "contagio emocional"). La tristeza, además, es una de las emociones que mayor efecto catalizador tiene sobre el apoyo social y afectivo, ya que tendemoso a sentir piedad por las personas tristes y generamos más fácilmente empatía hacia ellas, y solemos refugiarnos en esas personas -aunque a veces ocurra el efecto contrario y evitemos todo contacto social, sobre todo si la situación de conflicto ha supuesto un daño que afecta a la autoestima o a la imagen social-.


Fuente: Manual de Psicología de la Emoción de la UNED.

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